Lo que escoden las palabras

Las palabras son signos de las cosas que apelan a la imaginación y no al entendimiento, venía a decir Spinoza. Así ocurre cuando, por ejemplo, llaman a Alice Munro la Chéjov canadiense. Viene muy bien el apelativo como modo de esquivar novedoso en Munro, pero poco más. También podrían haber dicho que era la Joyce canadiense, y en cierto sentido no se habrían equivocado, incluso podrían haber acertado más que con Chéjov, pero también se habrían equivocado, o al menos habrían ensombrecido la singularidad de Alice Munro.

La lectura, el placer

Desde antes de Navidad, tenía en la mesa Dear Life, el último libro de cuentos de Alice Munro. Ahí ha estado desde entonces y ahí continuó después que me leyera Los demonios, y ha continuado en el mismo sitio mientras me leía los discursos de Cicerón. Ahora que ya he acabado la lectura del romano, me he sumergido en la de la canadiense. Son cuentos que dicen poco, que sugieren mucho; son personas con vidas opresivas que buscan alguna vía de escape: ilusiones, adulterios; que se encuentran con engaños de quienes dicen amarles. Todo se resuelve al final y es como un breve fulgor, un destello, la revelación: lo que parecía ser era en realidad algo distinto.

Tenía el libro pero no lo comenzaba, demoraba el momento de iniciar su lectura porque sabía que los cuentos son buenos, que las horas de lectura iban a ser enormemente placenteras y emocionantes, que al final, como ya me está pasando, echaría de menos seguir leyéndolo, que me iba a apenar cuando llegase a la última página y supiera que no había más ni era posible volver a leerlo. Aún me quedan por leer varios relatos – y fantaseo con la posibilidad de no leerlos todos para así tener aún la opción de volver un día a ellos – y vislumbro el triste final de quien ya ha agotado la fuente del placer.

Para retrasar el momento simultaneo la lectura de Dear Life  y la de otros libros. En estos días estoy también sumergido en Registro de recuerdos, el libro de Agustín García Calvo, un buen libro de memorias, inventadas o imaginadas muchas de ellas. Un libro al que le convendría más el subtítulo de contramemorias en vez del contranovela; un libro que, escrito para publicarlo con periodicidad, en el diario o en el semanario, se vuelve algo repetitivo cuando toma la forma de libro. Pero todo esto son solo pequeñas minucias que nunca son óbice para reconocer que tiene momentos memorables (son unas memorias), que está maravillosamente bien escrito y que sus recuerdos de la niñez son, literariamente hablando, entrañables, y si quieran comprobarlo léanse “Huelga de párvulo”.

Vísperas

Se acercan las Navidades. Al igual que otros años, surgen las discusiones, este año amortiguadas por la dura crisis, de si la Navidad es una celebración cristiana o si, por el contrario, ya ha perdido su elemento exclusivo de ser algo cristiano y es simplemente parte de la cultura occidental. También hay quien se pierde en si debemos felicitar las navidades, el solsticio de invierno o el cambio de estación, aunque nadie dice que sería mejor no felicitar nada y olvidarnos de la fiesta.

Son, en fin, las discusiones sempiternas. Mientras tanto en la mesa se apilan algunos libros que he de leer y acabar en breve: El atrevimiento de mirar, Dear Life, Arguably, y, algo más alejado, Los demonios, una de esas obras mayúsculas que algunos leen en su juventud y yo he pospuesto hasta esta madurez borrosa, indefinida, carente de sentido.

En Navidades, más allá de celebraciones,felicitaciones y discusiones cercanas a los flatus voci, leo literatura rusa, por aquello del grosor de los libros o por el frío, o simplemente, como todo lo que tiene que ver con la literatura, porque me gusta.