Ibant obscuri sola sub nocte per umbram

Es agradable leer en la cama en medio de un crudo invierno en el que el aire parece crujir con la luz seca de la mañana inverniza. Uno puede dejar que pase la mañana mientras está absorto en las páginas del libro.

Ayer era Aquiles en el gineceo, un libro que trata – extrañamente – de la madurez. Llevamos años de cultivo y aplauso de la inmadurez, de la adolescencia perpetua de quienes tienen barbas largas y canas entre el poco cabello que aún no ha desaparecido. Son años de jóvenes promesas de más de cuarenta años y congresos de jóvenes filósofos – o cualquier otro estamento – que superan en edad media a los jóvenes del Politburó (cuando aún existía).

El joven se caracteriza por vivir en el estadio estético, el estadio de la hipertrofia del yo que aún no ha contrastado su subjetivismo con el realismo del mundo. El mundo es el antagonista pero el esteta – el diletante – no lo entiende así y busca apropiarse de ese mundo hipertrofiando aún más su yo. Nada puede interponerse entre el diletante y sus deseos. Todo aquello que se atreva a hacerlo sufrirá su ira y desprecio, a veces con absurdas descalificaciones, o con triste y caducas performances.

El esteta vive en la inmortalidad placentera de quien se cree infinito porque vive sumergido en el líquido amniótico de su inmadurez. Solo cuando el esteta pasa al estadio ético, logra relacionarse con el mundo, observarlo, entenderlo. Solo entonces logra entender que es mortal: por ser un ser social entiende su mortalidad. Ante sí se planta la realidad: uno es singular pero sustituible. Cuando muera nadie se acordará de él en cuanto hayan ocupado su lugar. Ser uno más de la cadena social lo individualiza y lo saca del mundo abstracto de lo idéntico – propio del estado estético. Uno entra en dicha cadena por un disgusto y cansancio de lo estético. Disgusto y cansancio que en nuestra época cada vez afecta a menos gente. Hay un deseo cada vez más extendido de mantenerse en lo estético y demorar ad calendas graecas la entrada en el estadio ético.

Reconforta saberse aún inmaduro, no haber tomado aún ninguna decisión que elimine alguna opción. Ser aún la princesa que no ha decidido quién es su príncipe azul. Reconforta saber que si en algún momento nos decidimos por algo y tomamos la decisión equivocada, la más funesta, siempre estarán detrás mamá y papá, en cualquiera de sus avatares – aunque principalmente serán los estatales o los amigos poderosos – para resolver el entuerto, mientras nosotros aún seguimos siendo diletantes. Todo esto, si uno mira, la política lo ve cada vez más agudizado. Hay una política para inmaduros y una política para ciudadanos de verdad adultos que saben que los caprichos y las equivocaciones se pagan muy caras.

Al fin, solo cuando uno, de verdad, se sabe mortal y sustituible, logra aceptar la finitud de su vida y se deja de juegos florales y matemáticas recreativas. Ibant obscuri sola sub nocte per umbram. Solo en el estadio ético la frase adquiere su abismático significado.

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