Leo en un par de días los Diarios de Jaime Gil de Biedma (o JGB) como lo llama el editor. Si alguien hace diez años me dice que me iba a interesar tanto por la literatura confesional, memorialista o simplemente descubridora de la intimidad de los escritores, no le habría creído, ni siquiera en el caso del JGB, que es un poeta que me ha interesado mucho.
Siempre he pensado que la obra ha de defenderse por sí misma, que ni las explicaciones de los propios escritores, ni las vidas, ni las excusas que puedan dejar por escrito sirven para explicar, mucho menos para valorar, una obra literaria. En mi postura, altiva, había algo propio de la juventud, una soberbia intelectual que estaba compuesta en parte por la defensa de la impersonalidad que T.S. Eliot propugnaba, y que, en cierto modo, ya había anticipado John Keats. En parte había también esa apuesta de no dar el brazo a torcer por simple cabezonería. Esto, al final, tampoco tiene mucha importancia. El tiempo cura todo, lo cambia, lo moldea, te desvía – en muchas ocasiones, por fortuna –, en fin que caer en la literatura confesional era cuestión de tiempo: primero los poetas confesional, luego las autobiografías, y así tranquilamente.
JGB era un poeta confesional con el que me topé a edad no muy temprana, tampoco tardía. Es un poeta que me gusta, sobre todo por su exigencia crítica para consigo mismo, pero ya cuando lo leía por primera vez, había algo en él que no terminaba de convencerme. Después de leer los diarios, creo verlo. El de JGB es un mundo muy pequeño y provinciano. No tanto por los modelos que elige, L. Cernuda, T.S. Eliot o W.H.Auden, Ch. Baudelaire y S. Mallarmé, sino por el lugar donde aplica esos modelos. Sus maestros, los citados, son, nadie lo discutirá, maestros líricos que han llevado a la poesía a lugares que antes nadie lograba intuir. EN JGB , sin embargo, la poesía va poco más allá de donde él la toma, si es que se mueve. Y esto se debe a que JGB está acomodado, aunque sea con incomodidad, en un mundo pequeño, el mundo de la Barcelona de su época, el de la burguesía catalana, en medio de la cual él se siente alguien importante. Así se nota en sus diarios. Nótese que cuando es más libre, su estancia en Filipinas, es cuando el pequeño mundo barcelonés está lejos. En cuanto vuelve, la opresión del mundo suyo tan mínimo hace su aparición.
Por otro lado, su poesía y sus diarios me producen tristeza. Hay un poso triste en JGB. Desconozco las razones, pero lo hay. De tristeza y de suma precaución. Esto sí que sé a qué se debe.
Me acerco y me alejo de su literatura. Me gusta y me produce un cierto desasosiego. Veo los modelos, su extraordinaria reflexión poética y luego me adentro en el pequeño mundo, tan similar al que yo viví de pequeño: el mundo cerrado de una familia muy asentada en una ciudad de provincias. El ahogo que ese mundo provoca. “Fuir, fuir la-bàs” El problema, intuyo, es que en su caso no pasó de ese verso.