Fantasma y espejo

Por fin ha llegado el otoño, me refiero al clima porque la estación llegó semanas atrás. Han llegado las lluvias, el ambiente húmedo, el frío suave y una menor fuerza de la luz. En el poema volvían las oscuras golondrinas, o como escribió Emily Dickinson:

These are the days when Birds come back—
A very few—a Bird or two—
To take a backward look.

These are the days when skies resume
The old—old sophistries of June—
A blue and gold mistake.

 

Son días de regreso, de  la música clásica, por ejemplo, ausente durante los veranos. Es el momento de volver a las canciones religiosas de Benjamin Britten, a las últimas sonatas para piano de Ludwig van Beethoven o a sus últimos cuartetos, también.

Llevo ya  casi dos meses de clases, y en estos últimos días, mientras explicaba “The Windhover”, he recordado a un profesor que me lo explicó a mí, y he sentido que él estaba como un espíritu, en la clase, superpuesto a mi figura. Como si yo, cada vez más, fuera él.dos meses de clases, y en estos últimos días, mientras explicaba “The Windhover”, he recordado a un profesor que me lo explicó a mí, y he sentido que él estaba como un espíritu, en la clase, superpuesto a mi figura. Como si yo, cada vez más, fuera él.

Materia extraña

En el siglo XVI dijo S. Juan de la Cruz: “mas mira las compañas/ de la que va por ínsulas extrañas.” Explicaba tales islas así: “Las ínsulas extrañas están ceñidas con la mar y allende de los mares, muy apartadas y ajenas de la comunicación de los hombres…»

He crecido repitiendo ese verso por lo que tenía de misterioso. Años más tarde otro verso, esta vez de Wallace Stevens, despertó en mí parecidos ecos: “In ghostlier demarcations, keener sounds”, último verso de The Idea of Order at Key West.

Ayer leí que habían concedido el Nobel de Física a tres científicos por sus estudios de los extraños estados de la materia. Enseguida me vino a la mente el verso de S. Juan. Entendí que esas ínsulas tenían un estado extraño de la materia. No estaban ni cercanas ni lejanas, simplemente estaban de otra manera. No estoy diciendo que estuvieran en otra dimensión, sino que su materia al ser rara y no ser ni sólida ni líquida ni gaseosa, podía estar aquí o allí, en cualquier lado, y no sería fácil localizarlas por ese estado extraño en que se hallan, o son.

Los lugares fantasmales de los que habla Stevens, también son lugares en que la materia se enrarece y desaparecen de la vista común, aunque en ellos, de algún modo que aún no logramos entender, pueda darse un estado de ánimo particular que lleva a la poesía. O hace que la poesía advenga, quién sabe.

Acaso esas “ghostlier demarcations” sean la mencionadas ínsulas extrañas, allá donde la rarificación de la materia hace que el mundo, siéndolo, sea de otra manera.

Disonancias

Escribe Hölderlin en Hiperión: “siempre que el hombre ha querido hacer del Estado su cielo, lo ha convertido en su  infierno.” Hölderlin es uno de esos románticos alemanes que se conjuró para buscar la Libertad con Scheling y Hegel en Tubinga: “Necesitamos una nueva mitología… Un más alto espíritu, enviado del cielo, tiene que fundar entre nosotros esta nueva religión; será la última obra, la más grande, de la humanidad”. El pasaje pertenece a lo que se conoce como “El más antiguo proyecto de programa del sistema del idealismo clásico alemán”. Luego todos sabemos de la deriva del proyecto en pesadilla y horror.

En Hegel derivó en la teorización del Espíritu Absoluto, Schelling dijo aquello de “Es duro, por así decir, apartarse de la última orilla.” En Hölderlin la locura y la amnesia cerraron su vida. Antes, sin embargo, tuvo tiempo de escribir Hiperión, y en él la frase que cito al comienzo. “Si pierdo la memoria, ¡qué pureza!”, escribió Pere Gimferrer en homenaje a Hölderlin.

Las disonancias de la Historia

El gesto

Al contrario que, por ejemplo, Henry James que se pasó la vida buscando y construyendo una cultura elevada, densa, digna, en el fondo, de su nombre, hoy lo que importa es el gesto. No la cultura, no la profundidad intelectual de lo escrito, lo pintado o lo filmado, no. Importa el gesto, el aspaviento habría que decir si queremos ser exactos, que es, según el diccionario de la Real Academia, “demostración excesiva o afectada de espanto, admiración o sentimiento”.

Por eso hoy, entre los aspaventados de la cultura, Leopoldo María Panero tiene tanto predicamento. No les importa la poesía de Panero, no. Al fin y al cabo, cualquier buen lector de poesía sabe que LMP solo tiene tres libros de poesía buenos (los tres primeros) y que el resto son hojalata o herrumbre, donde a veces, algo – uno o dos versos – fulgen.

Pero eso importa poco. Importa poco porque apenas hay lectores críticos – es decir, con criterio – de poesía. Importa, ahora, únicamente el gesto. Y el aspaviento. El gesto de LMP que se fabricó una pose de maldito y el aspaviento de sus seguidores – pobres y tristes seguidores de un gesto aspaventado – que ni saben de poesía – por más que emborronen cuartillas – ni les interesa lo más mínimo la poesía – por más que el palabro no se les caiga de la boca.

El gesto aspaventado es lo que define nuestra época cultural. Y la reacción en cadena en las redes sociales sin el menor criterio ni rigor ni soberanía propia.

Visión y sentimiento

Miguel Casado tiene ademanes suaves y una voz tranquila con la que va contando sus ideas o leyendo sus poemas mientras te mira con fijeza. Debe de ser la miopía, esa afección del ojo deformado que impide que los rayos de luz converjan en la retina. Es muy común considerar que la miopía es “un exceso de potencia de refracción de los medios transparentes del ojo con respecto a su longitud”. Lo curioso es que el exceso de potencia te perjudique.

Exceso de potencia o glóbulo ocular deformado, el caso es que los miopes vemos el mundo envuelto en la bruma de los contornos indefinidos. A la caída de la tarde, cuando la luz se ha enrarecido, uno tiene que desarrollar algunas estrategias sutiles para poder reconocer a los amigos desde lejos entre las brumas de lo indefinido. En las brumas de la vista miope se concentra un mundo que la retina no logra enfocar.

El sentimiento de la vista se titula el último libro de Casado a cuya presentación en Valladolid asistimos.  Me gusta el título porque la vista no es un sentido frío aunque haya quien quiera entenderlo así. Con la vista no solo reconocemos nuestro mundo – eso que nos rodea – también lo enjuiciamos, incluso lo rechazamos, aunque el rechazo inmediato sea más patente con el olfato.

La vista tiene sentimiento al igual que lo tiene el pensamiento como advirtieron algunos poetas románticos y luego continuaron otros del siglo XX. T.S. Eliot, el gran artífice de una poesía en la que el sentimiento estaba ausente, ya lo encontró en algunos poetas ingleses de los siglos XVI y XVII y lo recuperó para su poesía. En lucha contra la disociación de la sensibilidad, buscó la unión, de nuevo, de percepción y pensamiento para lograr una poesía más allá del racionalismo o de lo meditativo, una poesía caracterizada por la pasión intelectual.

La vista siente, sin duda alguna, y crea imágenes al ordenar lo que ve en derredor. Las imágenes las organiza también según su pensamiento y de ahí surge la poesía mediante las palabras. Puede parecer fácil o complejo; al explicarlo, sin embargo, algo queda por el camino. Eso irreducible a palabras es lo poético.

JGB en su literatura confesional

Leo en un par de días los Diarios de Jaime Gil de Biedma (o JGB) como lo llama el editor. Si alguien hace diez años me dice que me iba a interesar tanto por la literatura confesional, memorialista o simplemente descubridora de la intimidad de los escritores, no le habría creído, ni siquiera en el caso del JGB, que es un poeta que me ha interesado mucho.

Siempre he pensado que la obra ha de defenderse por sí misma, que ni las explicaciones de los propios escritores, ni las vidas, ni las excusas que puedan dejar por escrito sirven para explicar, mucho menos para valorar, una obra literaria. En mi postura, altiva, había algo propio de la juventud, una soberbia intelectual que estaba compuesta en parte por la defensa de la impersonalidad que T.S. Eliot propugnaba, y que, en cierto modo, ya había anticipado John Keats. En parte había también esa apuesta de no dar el brazo a torcer por simple cabezonería. Esto, al final, tampoco tiene mucha importancia. El tiempo cura todo, lo cambia, lo moldea, te desvía – en muchas ocasiones, por fortuna –, en fin que caer en la literatura confesional era cuestión de tiempo: primero los poetas confesional, luego las autobiografías, y así tranquilamente.

JGB era un poeta confesional con el que me topé a edad no muy temprana, tampoco tardía. Es un poeta que me gusta, sobre todo por su exigencia crítica para consigo mismo, pero ya cuando lo leía por primera vez, había algo en él que no terminaba de convencerme. Después de leer los diarios, creo verlo. El de JGB es un mundo muy pequeño y provinciano. No tanto por los modelos que elige, L. Cernuda, T.S. Eliot o W.H.Auden, Ch. Baudelaire y S. Mallarmé, sino por el lugar donde aplica esos modelos. Sus maestros, los citados, son, nadie lo discutirá, maestros líricos que han llevado a la poesía a lugares que antes nadie lograba intuir. EN JGB , sin embargo, la poesía va poco más allá de donde él la toma, si es que se mueve. Y esto se debe a que JGB está acomodado, aunque sea con incomodidad, en un mundo pequeño, el mundo de la Barcelona de su época, el de la burguesía catalana, en medio de la cual él se siente alguien importante. Así se nota en sus diarios. Nótese que cuando es más libre, su estancia en Filipinas, es cuando el pequeño mundo barcelonés está lejos. En cuanto vuelve, la opresión del mundo suyo tan mínimo hace su aparición.

Por otro lado, su poesía y sus diarios me producen tristeza. Hay un poso triste en JGB. Desconozco las razones, pero lo hay. De tristeza y de suma precaución. Esto sí que sé a qué se debe.

Me acerco y me alejo de su literatura. Me gusta y me produce un cierto desasosiego. Veo los modelos, su extraordinaria reflexión poética y luego me adentro en el pequeño mundo, tan similar al que yo viví de pequeño: el mundo cerrado de una familia muy asentada en una ciudad de provincias. El ahogo que ese mundo provoca. “Fuir, fuir la-bàs” El problema, intuyo, es que en su caso no pasó de ese verso.