Son las 10 de la noche cuando conducimos por las calles desiertas y charoladas de la ciudad provinciana. A lo lejos oímos algún motor y vemos las escasas siluetas de los coches que, como sombras, apenas logramos distinguir. Sobre nosotros, las luces de los semáforos y las de la Navidad. Por las provincianas avenidas de la ciudad avanzamos; de vez en cuando, hay habitaciones enteras encendidas donde vemos algunos cuerpos que se mueven y parecen sostener una copa entra las manos. En otros edificios las luces son más tenues y las cortinas velan lo que ocurre en el interior.
Es el corazón de la ciudad, que late en los pisos y apartamentos. Miles de historias desconocidas que el paseante solo tiene la oportunidad de entrever e imaginar en su coche lanzado hacia el abismo de un futuro que nunca logrará averiguar, a lo más imaginar como en alguna película favorita.